Así bien podemos considerar que con el elogio o premio tenemos una actitud condescendiente y a la vez manipuladora «me gusta como estás callada», «me gusta como lo has hecho», «si sacas buenas notas iremos al parque de atracciones».
Lo que conseguimos con un elogio o premio no es lo que nos proponemos desde un principio, tratar de expresar nuestra satisfacción ante un hecho, sino todo lo contrario impulsamos a que nuestros hijos cambien su intencionalidad por la influencia de los demás. Los hacemos, sin querer, unos «adictos» al elogio.
Del mismo modo los padres cuando motivamos ofrecemos comprensión y hacemos que nuestros hijos sientan que valen sin la aprobación ajena. Este hecho es muy importante a la hora de desarrollar la autoestima pues les da confianza en sí mismos, les crea una independencia externa.
Al día siguiente realiza otra cosa y nosotros, con toda nuestra buena voluntad y tal vez movidos por la sorpresa e ilusión de un nuevo logro terminamos felicitándole «¡muy biennn!»y además añadimos unos cuantos aplausos, por si no hubiera sido suficiente. A lo que nuestro hijo responde también con palmas. A primera vista parece que el elogio no tenga ningún tipo de repercusión pero llega un día que nuestro hijo se acerca a nosotros con un dibujo y nos dice: «¿mamá te gusta como he hecho mi dibujo?» o «¿papá me he atado bien los cordones?»…hemos creado sin querer una dependencia externa de aprobación.
Maria Montessori en el libro EL NIÑO EL SECRETO DE LA INFANCIA habla de los premios y los castigos, de como con sus observaciones decidieron que en la naturaleza del niño no estaba incluida ninguna de estas dos cosas y dice así «La maestra…me explicó que el niño se hallaba castigado, pero poco tiempo antes había recompensado a otro, aplicándole una cruz dorada sobre el pecho. Pero éste niño al pasar junto al pequeñuelo castigado le había cedido su cruz, como un objeto inútil y molesto (…) Después de una larga experimentación admitimos la confirmación (…) Desde entonces no se distribuyeron recompensas ni castigos. Lo que más nos sorprendió fue el desprecio por las recompensas. Se había producido un despertar de la conciencia, un sentido de la dignidad, que antes no existía».
Por tanto debemos plantearnos realmente que queremos expresar a nuestros hijos, queremos comunicarles nuestra gratitud sobre un hecho y no sobre su persona.